domingo, 2 de junio de 2013

Viaje al Centro de mi Misma

“Cuando el espíritu pesa, se dirige hacía el agua… 
Por consiguiente, el camino del Alma conduce al agua”
Carl Jung 

Puedo zambullirme infinitamente en los remolinos espumosos que me revuelcan y me recuerdan que estoy viva, río a carcajadas. Mi corazón se expande en el pecho y los oídos escuchan solo para adentro. Sé que me brillan los ojos aunque hace rato no me miro a un espejo, no me importa tener el pelo revuelto o caminar con mi cuerpo al aire por la playa, me siento libre, casi como  si pudiera despegar.

Durante los meses de noviembre y diciembre del año 2011 estaba viviendo una crisis personal que me llevo a confrontarme con mi estilo de vida, mis relaciones y mi qué hacer profesional. En diciembre de ese año, movida por un impulso interior realicé un viaje al mar en busca de mi misma.

Aún me recuerdo sentada en el puesto 19 del bus Rápido Ochoa, era 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, y como si fuera la peor inocentada, el bus se encontraba detenido en el paradero de Santa Rosa de Osos. Eran las 11 de la noche y la guerrilla había quemado el bus que iba antes del nuestro, la vía estaba cerrada hasta nuevo aviso.

Saqué mi cuaderno de viajes y comencé a escribir, deseaba mucho estar sola, conmigo. Los espacios de soledad son como un bálsamo para el alma, me calman, me apaciguan la ansiedad. A diferencia de otras personas para quienes la soledad es un castigo, para mí, la soledad es la posibilidad de escucharme atentamente. Sin embargo nada podía sacar de mi mente la idea de que tal vez el viaje había sido una mala idea, a lo mejor no debería estar allí.

A las 4:20 de la madrugada, mientras esperaba, decidí pintar un árbol de viaje, unas notas cortas me entretenían mientras la gente dormía y los gallos de la zona anunciaban la llegada del nuevo día. El viaje continuó su marcha a las cinco de la mañana cuando abrieron nuevamente la carretera y yo, esperanzada deseaba encontrarme con Mar.

Mar

Al llegar a Santa Marta me encontré con un amigo que me ayudaría como guía de viaje, con él llegaría hasta el parque Tayrona para pasar allí el año nuevo. Caminamos más de dos horas por unos senderos que cruzan el bosque húmedo. Caminos de tierra, olor a monte, el canto de los pájaros y otros sonidos de animales que no pude reconocer acompañaron nuestro recorrido antes de encontrarme con Mar.

Cuando estas inmerso en los senderos pareciera que estas lejos del mar, aunque entre curva y curva el sonido de las olas parece llegar desde lejos. Luego de pasar una pequeña colina el mar apareció  increíblemente azul ante mis ojos. Se materializa de la nada y de pronto lo es todo. Borra por completo el verde del camino, aniquila el canto del monte y se nombra como único personaje.

La primera playa a la que llegamos fue Arrecifes. Un reguero largo de arena y agua que tiene a su entrada un aviso que parece una sentencia: “Playa no apta para baño. Más de 200 bañistas se han ahogado en esta playa, métase bajo su propio riesgo”.  Ese primer encuentro con Mar fue a través de mis pies, que eran golpeados incesantemente por el agua que entraba una y otra vez en la playa. 

Luego de dos horas más de caminar llegamos hasta el Cabo San Juan, la playa en la que acamparíamos. Poca ropa, galletas, atún, agua e implementos de aseo eran nuestro equipaje. Viajar ligero es el truco para estar tranquilo, pensaba. Después de instalarnos nos fuimos a recorrer la playa, por fin a saborear a Mar.

Discutimos con mi amigo sobre una frase de San Agustín que plantea que la felicidad está en el camino, no en el objetivo. Yo le decía que también era el objetivo, que había deseado tanto estar con Mar, y que estando con él, sintiendo su burbujeo en mi piel era feliz hasta las lágrimas. Y eso hice, lloré en silencio, con mar y conmigo, abrazada a mi propia piel mientras Mar me sacudía inclemente una y otra vez.

El Mar del parque Tayrona es bravo e imponente, no te acaricia, te agarra, te toma como parte suya, tú no eres distinto, separado de él, eres sal, arena, y agua, te arrastra, corres el riesgo de fundirte con él irremediablemente. Allí no existe el tiempo agitado y veloz de Medellín. Mi corazón estaba completo y mi pulso tomó el mismo ritmo de las olas que rompían una y otra vez contra la playa.

Es difícil explicar la sensación de estar completo y en paz consigo mismo, pareciera un estado en el que se es más que el cuerpo, pero sin que esté sea un obstáculo o una parte aislada. Se es, y eso era la que buscaba con ese recorrido sin saberlo. Una sensación de no juicios, no límites. Una fuerza que te imprime el movimiento desde un punto interior.

La soledad y el mar me permiten restablecerme, reconocer mis contornos, mis fronteras y cordilleras. Mis mares, bosques, mi fauna y mi flora. Es una expedición al centro de mí misma, aún me quedan especies endémicas por reconocer, me es necesario reconocerme viva y con fuego interior. 

1 comentario:

  1. Ayyyy qué relato tan inspirador!!! Esta Antonia no deja de revolcarme, como me hace de falta sabullirme en sus palabras sabias, en sus preguntas, en sus misterios...

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