martes, 20 de enero de 2015

Tiempo

Desayuno huevo revuelto con una tajada de pan y aguapanela.
Levantarme de la cama me toma alrededor de 40 minutos. A pesar de que me despierte a voluntad, es decir, sin ayuda de despertadores o alarmas, dejando que el sueño abandone naturalmente el cuerpo, aún así no puedo levantarme inmediatamente. El cuerpo me pesa y algo en mí no termina de llegar hasta pasados treinta o cuarenta minutos. Eso creo, realmente nunca he medido el tiempo exactamente en el reloj. 

Abro los ojos, miro la ventana, escucho los sonidos que trae la mañana: un carro pasa, algún radio suena, tal vez unas voces se cruzan, no comprendo palabras completas. Mi mente intenta capturar las imágenes del sueño pero estas se evaporan. Vienen los perros a saludar, pasan, juegan, golpean la cama con sus colas. 

Cierro los ojos, siento frío, me cubro de nuevo con la cobija. Me estiro, me revuelvo en el espacio acolchado, un cuadrilátero sin mas contrincantes que las sabanas revueltas. Al cabo de un tiempo me siento completa, compacta, lista para salir al mundo. 

Muchas veces he pensado en lo que significa el tiempo, en el paso del tiempo, en ese caballo vertiginoso que no se detiene por nadie, que vale oro, como dicen por ahí, sin embargo por mas prisas que lleve, uno no puede ir por el mundo a la velocidad de los otros, por pura autoconservación. Cómo es posible acelerar el ritmo interno sin despedazarse por dentro. Cómo correr cuando tus pies apenas intentan caminar. 

Encuentro perfectas las palabras de Juan José Hoyos sobre la velocidad en su escrito El Método Salvaje "La velocidad no solo nos impide ver lo que pasa. Pienso que tampoco nos deja entendernos a nosotros mismos, ni a nuestro entorno, ni siquiera a nuestro oficio. La velocidad marea y no deja pensar. La velocidad no permite que alcancemos a escuchar a nadie". 

Estas palabras se ajustan a mi sentir sobre el paso del tiempo, sobre el afán de vivir una vida sin tomarnos ni siquiera la molestia de escucharnos a nosotros mismos, a nuestro ritmo interno, a ese movimiento sagrado que nos permite digerir el mundo que captan los sentidos y poder devolver a él, al mundo, nuestra música del corazón, cualquiera que sea, la que cada uno viene a entregar. 

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