miércoles, 23 de marzo de 2016

Tiempo de ir a jugar

Desayuno con los amigos. Pancakes, buñuelos,
pandebonos, café, jugo de naranja!!!
Hay un tiempo para pensar, para sentirse, para soñar ser otro, para discutir con los otros que habitan dentro de uno, para reconciliarse con la imagen en el espejo, para sentirse agradecido, para estar enojado o triste, para quedarse en blanco, para escuchar la lluvia, para ver nacer el sol. Hay un tiempo para querer hacer y otro para entregarse a la nada.

Cuándo nos separamos de los múltiples tiempos que podemos transitar. Hoy en día pareciera que solo existe uno, si acaso dos tiempos, y qué pasó con los tiempos que están ahí a la vuelta de la esquina. El tiempo agazapado detrás de la puerta de la casa o el tiempo de mirar por la ventana (ya las personas casi no miran por la ventana, no se asoman, no contemplan el pasar de las tardes y las gentes desde el marco cómplice), el tiempo de abrazarse largo y feliz a alguien que quieres, el tiempo de cocinar, el tiempo de regar el jardín.


Extraño por estos días el tiempo de jugar, de correr descalza. Creo que esos son tiempos de infancia, he tratado de prolongarlos a lo largo de mi vida, porque el juego para mí es como un frasco de vitaminas, un reconstituyente natural, excelente antioxidante, una de las mejores maneras para medir la flexibilidad del espíritu y un gran calmante en caso de crisis nerviosa. El juego, bendito sea, es una de los grandes recursos que tenemos. Debería existir un reloj que marque el tiempo sagrado de volver a jugar.  

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