Calentando las palabras

Desayuno arepita con mantequilla y queso parmesano.
Y me tomo mi chocolate!

Escribo como ejercicio. Así como hay que mover el cuerpo para que no se oxide, creo que hay que mover las palabras, como un calentamiento; aunque a veces sea mejor, mucho mejor, el silencio. Pero si nunca ejercitas tus palabras, a lo mejor cuando te toque hacer un gran desplazamiento verbal te vas a agotar muy rápido. Le puede dar un calambre a tus expresiones, se te puede desgarrar una afirmación, o de pronto tu sarcasmo no resulte tan fuerte como creías.   

Por eso hago este ejercicio. De la misma manera como hay días en los que me levanto a hacer mis estiramientos físicos, también me levanto a hacer mis estiramientos verbales. No todo mi cuerpo es tan flexible, conozco mis abductores y sé que me duelen profundamente cuando abro mis piernas intentando separarlas irreconciliablemente, también sé que hay algunas expresiones que no se me dan tan fácil; que a veces suelo quedar muda frente a otro ser humano. Por eso estiro, caliento, suelto esta expresión y luego relajo mi trapecio; hago énfasis en esta idea y realizo una torsión para que mis dorsales no se peguen; acomodo este sinónimo y muevo mis deltoides; me regocijo con esta frase y extiendo mi serrato.

Es un juego, como dice Julia Cameron, al final es un juego, tienes que gozarlo, disfrutarlo. Que importa que éste no sea un escrito perfecto, que importa que no haya una mención especial. Importa que me lo goce, que me divierta haciéndolo, que me sienta plena porque he publicado una nota más, así la mire yo o dos más. Que importa. Porque sino, por más disciplina que le impongas, por más estricto que seas contigo mismo tus palabras no van a fluir, y tus músculos, esos mismos que te permiten el movimiento, puede que un día te hagan huelga. Ellos, como las palabras también gozan de salir a jugar.