Desayuno chocolate con arepa y buñuelos en casa de Gabrielita. Parece que el apetito comienza a mejorar. |
Me llega a la cabeza un chorro de imágenes, recuerdos que pasan como fragmentos, como colores. Un portillo, un balcón, algunas plantas de jardín, un árbol de manzanas que ya no existe, muchas gallinas con el mismo nombre: Dorita. Se reconecta en mi cerebro la sinapsis que me trae el olor de una despensa que al abrirla disparaba una fragancia a chocolate... ahora es un hueco en la pared que comunica la cocina con las habitaciones. Es extraño como las distancias, que con tus pies de niña creías enormes, ahora son tan solo algunos pasos.
Inclinada sobre la tierra, vierto gotas de miel que caen espesas, la froto con mis propios dedos, como masajeando una piel ajada, curtida, teñida por el sol. Le grabo palabras de amor, la tierra sedienta las absorbe, mientras Mahoma, el perro de la finca, con su lengua húmeda, se traga un poco de la letra B de bienestar y la F de Felicidad. ¿He llegado a la Meca? Pienso cómo las cosas trascurren extrañas, como un sueño.
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