Oficio: constructora de espacios
No
recuerdo cuál fue la primera muñeca que tuve, tal vez fue una a la que mi
hermana le decía “Chuqui”. Era grande, con el pelo convertido en un manojo de
nudos, la cara fruncida y los ojos fijos que parecían culparte de su desgracia.
Aun así me gustaba mucho jugar con esa muñeca. Ella fue víctima, estudiante,
paciente, náufraga, pasajera, hija, invitaday no recuerdo que más. Con ella y
con mi amiga de infancia Claudia, disfruté la magia de construir mundos,
escenarios y espacios de juegos.
Era
mi parte favorita de los juegos: armar las locaciones. Recuerdo una tarde en la
que estábamos aburridas en casa y le dije a Claudia que jugáramos al tren. Pedí
permiso a mi madre para desarmar los muebles de la sala y poderlos convertir en
vagones.
Esa
tarde las sillas quedaron de cabeza y los cojines eran puertas para los
vagones, cada silla se extendió en el corredor de la casa conformando una
monumental locomotora. La recuerdo en mi mente sonando y caminando veloz,
aunque en lo físico no se moviera ni un centímetro. Todos los muñecos eran los
pasajeros, pero necesitábamos acción, un personaje que amenazara el viaje; así
es que se nos ocurrió que cuando Isis, la dóberman de la casa, pasara de un
lado a otro sería para nosotros un escuadrón de bandidos que venían a robar.
No sé
cuánto tiempo duró ese juego, pero sí recuerdo lo mucho que disfruté construir
los vagones, armar la locomotora e inventarme las cosas que parecieran equipajes.
Cuidaba cada detalle: un lugar para las maletas, un espacio para el conductor,
una cuerda que pareciera el pito. Eso sucedía cada día, cada tarde de juegos,
con un escenario distinto. A veces éramos exploradoras y era necesario inventar
una carpa con periódicos y palos, en otra ocasión fuimos navegantes y
necesitábamos todo tipo de instrumentos y equipajes marítimos para dotar
nuestra embarcación; en otra ocasión fuimos veterinarias y mi escritorio se
transformó en una mesa de cirugía.
Agradezco
mucho a mi madre que siempre me permitía transformar la casa a mi antojo, con
la única condición de que al final del juego volviera las cosas a su lugar.
Creo que la libertad de construir y “desordenar” que ella me dio, me permitió
explorar a fondo esa faceta de creadora de mundos, dominar con mis manos las
estructuras y ensamblar, pegar y juntar a mi antojo.
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