Vuelvo a desayunar huevo y pan, pero ahora tomo aguapanela con jengibre. |
Algunas
personas que me conocen sabrán que mi tema, mi pregunta constante es sobre el cómo
no perderse de uno mismo, cómo no dejar que ese hilo rojo que te guía se te
escape de las manos. Cuando eso pasa, nos toma algunos golpes, tropezones,
lagrimas volverlo a encontrarlo, orientarnos en el camino, y cuando eso sucede,
cuando sentimos que tenemos la certeza de estar donde es, dando los pasos que
son, es cuando pienso que brota una gran alegría del corazón.
Bert Hellinger
lo dice muy bien en su libro Felicidad que Permanece: “Uno palpa SU camino adelante,
centímetro a centímetro, a lo largo del hilo rojo. Cada latido del corazón es
un centímetro más. Es decir que se avanza con los latidos del corazón”. Y yo pienso que cuando se está avanzando con
esos latidos, además existe una gran felicidad que impulsa, que alienta a
seguir avanzando.
Para mí la
tarea es precisamente no soltar el hilo rojo de las manos. Se pensaría que es
una tontería soltarlo, pero sucede, más frecuentemente de lo que uno cree, lo
suelto, lo soltamos, vamos caminando y en un segundo alguien te dice algo, que
te gires, que mires otra cosa, que prestes atención a esto o a aquello y en un
descuido el hilo se te escurre de las manos. A veces he intentado buscar ese hilo afuera,
incluso alguna vez tome el hilo de alguien más convencida de que era el mío. ¡Qué
fácil es perderse de uno mismo!
Luego, con el
tiempo, he visto que la única manera de reencontrarlo, cuando lo has dejado
escapar, es volver a su origen, es decir, al corazón, al propio corazón.
Intentar con todas las fuerzas palpar a tientas, afinar el oído, sobre todo el
oído interno y la conciencia corporal, porque cuando lo tomas de nuevo entre
tus manos el corazón da un salto, es inconfundible, hay un brinco de emoción
interno, una fiesta adentro de ti porque has vuelto a casa y todo en ti, sin
lugar a dudas va a celebrarlo.
Ahora mismo
vivo un poco de esa fiesta dentro de mí, estoy fluyendo con esa alegría del
corazón, después un largo invierno, de andar dando tumbos intentando agarrar el
hilo que se me había escapado de entre las manos.
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